No me digas ya se te olvidó cuando subías a dos de tus mejores amigos a la Caribe y enloquecías al volante de tu primer auto, o incluso –a los 14 años– cuando manejabas la “mamá van” y te sentías muy rudo escuchando “Paradise City”, sin importar que solo te prestaran el coche para ir por las tortillas y el pan dulce.
El rock progresivo, blues rock y rock psicodélico, fueron los ritmos que comenzaron a desarrollar exponentes como Jimi Hendrix, Blue Cheer, Thin Lizzy, Judas Priest, Scorpions, Alice Cooper, Led Zeppelin y el inolvidable grupo encabezado por Ozzy –el que le arrancó la cabeza a un murciélago– Osbourne, Black Sabbath. Una chamarra de cuero, pantalón de mezclilla, una camiseta deslavada, motocicleta Harley, lentes oscuros y actitud de renegado, no necesitabas más, si no eras popular, no importa, mejor aún.
Con Black Sabbath y Led Zeppelin vendrían exponentes como Aerosmith y Kiss, mientras que del otro lado del charco surgían Judas Priest y AC/DC, quienes ambientaron a la generación hasta que aparecieron Iron Maiden y Metallica, éste último como máximo exponente del thrash metal, capaz de llenar estadios enteros de fútbol americano.
Los años pasaban y el metal se adecuaba a los exponentes que tocaban más rápido (speed metal), death metal (extremo), pero también había corrientes que surgían a la par de la “evolución” de la cultura, como el white metal (cristiano), black metal (basado en el thrash metal), power metal (a partir del speed metal), progressive metal (mezcla de metal y rock), folk metal, metal sinfónico y gothic metal (instrumentales con violines y teclados).
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