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En esta ocasión, vamos hablar desde el corazón. Bueno, sin ponernos tan románticos, vamos a hablar desde la emoción que implica el tener un auto. Mejor aún, cuando nos encariñamos con él. ¡Suscríbete a...
En esta ocasión, vamos hablar desde el corazón. Bueno, sin ponernos tan románticos, vamos a hablar desde la emoción que implica el tener un auto. Mejor aún, cuando nos encariñamos con él.
El hablar de marcas y modelos es muy subjetivo. Si eres amante de los autos, a estas alturas, seguramente ya lo sabes. Puedes tener amplias discusiones con otras personas (igual de apasionadas que tú) y al final no lograrán ponerse de acuerdo. ¿Ferrari, Porsche o Lambo? ¿Mercedes, BMW o Audi? ¿Cuál es mejor marca, Toyota o Volkswagen?
Al final, nada de ello importa. Cada uno escribió una historia con autos como Chevy, Tsuru o un Vochito. Y, cuando llega el momento de cambiarlo por uno más nuevo, con mejor motor o más prestaciones, lo hacemos con tanta emoción que olvidamos lo que dejamos atrás.
A poco no, ¿te has arrepentido de vender un auto? Con el tiempo, probablemente piensas «me lo hubiera quedado y quién sabe, incluso hasta lo hubiera convertido en un auto clásico». Así, cuando lo ves en la calle, estacionado y bien conservado por alguien más, te detienes a admirarlo y recuerdas con nostalgia «yo tenía uno de esos».
Esto es porque los autos que nos hacen felices son atemporales. Es decir, reflejan una época de nuestra vida y quizá no tenga un significado especial para los demás, pero para nosotros, fue un gran auto.
Me atrevo a decir, que tuve el mismo auto en dos ocasiones, con diferente año modelo. Para muchos conocedores, ese auto era «muy malo» (lo que sea que eso significa). Pero, he de confesar, que a ninguno de los dos, nunca fue necesario cambiarles algo. Eran verdaderos guerreros.
El segundo, el cual conservé por seis años, consumía poca gasolina y nunca me representó ningún gasto extra en mantenimiento de ningún tipo. Además, ¡era un gran auto de batalla!
Al final, un auto es el juguete del adulto, de los pocos que nos quedan. Los valoramos porque sabemos lo que cuesta tener uno y, más aún, el placer de disfrutarlo en carretera y que sea un buen acompañante en el tráfico. Y sí, en nuestra monotonía.
Si bien hay muchos autos aspiracionales (¿quién no querría un 911?), hay algunos que, en sí mismos, son fuera de lo común. No son SUVs o sedanes «del montón». Por el contrario, han hecho historia porque han quedado grabados en el inconsciente y en la estima de millones de personas.
Uno de ellos, son los muscle cars, como Mustang, Camaro, Pontiac Firebird, Plymouth e, incluso, actualmente, Dodge Challenger, por nombrar algunos. ¿A poco no, sin ningún problema, podrías conservar uno de estos para siempre?
Otra categoría, son los autos chiquitos, pero picosos: MINI clásico, Vochito, Fiat 500, Golf, etc. ¿Y qué tal los que nos hacen soñar sin importar el modelo? ¡Los convertibles! Ejemplo de ello, el arrollador éxito de Mazda MX-5.
Personalmente, tengo un profundo amor por las trocas y las combis (he de confesar, que el nuevo I.D. Buzz entra en mi lista). Puedo soñar con la Tacoma, sentir nostalgia por una Chevrolet de antaño y asombrarme con las nuevas en el mercado, como una Ram 1500.
Para finalizar (porque podemos seguir por horas, ¿a poco no?) están los autos clásicos, aquéllos que vemos en las películas y es inevitable pensar: «¿por qué ya no fabrican autos así hoy en día?».
Todos estos ejemplos son prueba de que, si nos gustan los autos, debemos aspirar por tener y conservar, en algún momento de nuestras vidas, si es posible, a aquél que nos hace felices…
…sin importar si es nuevo, viejo, usado o de hace 30 años.
Y a ti, ¿cuál es el auto que te hace, y siempre te hará, más feliz? Compártenos en redes sociales, ¡nos encantará leerte!
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