Un auto es mucho más que un medio de transporte, incluso más que una pasión: es nuestra casa rodante, una extensión de nuestra personalidad.
Una despedida es una pérdida. En el caso de un auto, podría ser por un beneficio, quizá un auto mejor, un viaje. También, podría estar motivado por el liquidar alguna deuda o, simplemente, porque no tiene caso seguirlo manteniendo.
Nuestra pérdida es la ganancia para alguien más. Pero, ¿por qué nos duele? No es un ser vivo, vaya, ni siquiera una mascota.
Sin embargo, es un espacio personal, como el hogar, un espacio que hacemos nuestro. Es un pedazo de nuestra historia, una etapa de nuestra vida. Por lo que sí, la despedida de un auto es nostálgica.
En realidad, siempre somos niños que nos identificamos con nuestros juguetes preferidos. Somos niños emocionales que experimentan un hecho irrefutable: somos nuestras emociones antes que nuestra razón.
Y, aunque nuestra razón nos dicta que el siguiente auto será mejor y escribiremos nuevas historias, la despedida nos recuerda que algo ha cambiado.
A su vez, las neurociencias han reafirmado la creencia de que las decisiones son impulsadas por nuestras emociones.
Al momento de comprar un auto, pueden haber muchas razones lógicas con respecto a cuál es el más conveniente. Sin embargo, una parte de nosotros ya ha tomado una decisión. Y sí, esto viene de nuestro lado inconsciente e irracional, pero muy emocional.
El sentir tristeza al despedirnos de nuestro auto no tiene por qué ser racional ni tener una explicación. Cada despedida es un recordatorio de lo finito, de la temporalidad. Ciclos comienzan, ciclos acaban.
Al final, la esperanza revive al ver la ilusión del próximo dueño: para él es un comienzo, uno que lo hace sonreír.
El recuerdo de un auto se inmortaliza en la conciencia. Basta con preguntar a generaciones anteriores cuáles fueron sus autos de la juventud, y muchas veces dirán que los autos eran mejores o más emocionantes.
Esto es lo que genera que muchos aficionados a los autos de motor de combustión anhelen el ruido del motor y se entristezcan ante la nueva era eléctrica.
Es ese ruido el que siempre les remontará a su infancia, al carro de sus padres o de un tío, a la inmensa emoción que sentían sólo con dar una vuelta con sus amigos.
¿Por qué un auto nos emociona? No es la adrenalina, ni la velocidad, son los momentos. Es nuestro compañero, siempre presente, que nos acompaña en las buenas y en las malas.
No por nada, definitivamente, hay autos que no se superan y seguimos extrañando. ¿A poco no?
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