Y es que, seguramente nuestros antepasados no sabían en qué gastar el tiempo, o bueno sí, en un principio lo utilizaban para seguir a sus presas y buscar el momento justo de aventajarlas eliminando riesgos y porcentaje de peligro, ayudándose de artefactos para darle muerte a algún depredador o animal «doméstico» con el fin de sobrevivir y hacer que los suyos también lo hicieran. Y no hay nada malo en esto, es puro instinto, pero qué pasa cuando evolucionamos y conseguimos sembrar y cosechar cereales, verduras y frutas, pues resulta que la actividad física y mental inherente a nuestra creación (divina o biológica) permaneció intacta e igualmente solicitada por el cuerpo.
¿Por qué? Un deporte cuenta con un reglamento, actividad física que pone a prueba nuestras capacidades motrices y mentales, que se afianza durante una etapa de vida en la que el cuerpo se desempeña al máximo de su rendimiento y que, además, el ganador es premiado y reconocido en público como «el mejor».
Así definen los europeos al deporte: «Todas las formas de actividades físicas que mediante una participación organizada o no, tienen como objetivo la expresión o la mejora de la condición física y psíquica, el desarrollo de las relaciones sociales o la obtención de resultados en competición de todos los niveles». Lo que nos lleva a China y al 4000 a.C., donde se tienen registros de prácticas como la natación, la pesca, el lanzamiento de jabalina, la lucha o el salto de altura, pero que además nos invita a viajar en el tiempo para hablar de los Juegos Olímpicos de origen griego, los cuales datan del 776 a.C.
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